En agosto de 2024, cuando me encontraba cruzando en ferry el Mediterráneo, de regreso de mi motoviaje “Rumbo a Oriente” me apareció un pensamiento: ¿dónde ir la próxima vez?
Necesitaba un viaje que pusiera a prueba todas las habilidades, conocimientos y experiencia adquirida en los anteriores cuatro años viajando en moto.
En ese momento, por azar o capricho del destino, vi un vídeo de unos viajeros en Kirguistán. Y ahí, comenzó la preparación del que sería mi último gran viaje de larga distancia.
Supondría unos 20.000 km entre ida y vuelta, atravesando Bielorrusia, Rusia y Kazajistán hasta llegar a Kirguistán, al lago Issyk-Kul, que sería el punto de destino. Debería conseguir visados y hacer varios seguros para La Perla Negra. También habría que calcular muy bien el kilometraje y encontrar talleres donde hacer los mantenimientos de la moto.
Sea como sea, el viaje ya había comenzado 10 meses antes de la salida para que todo fuera lo mejor posible.
Transcurrieron los meses y, poco a poco, fui atando cabos: revisar la moto de la mejor manera posible y someterla a situaciones extremas varias veces y comenzar mi preparación física, pues este viaje serían 20.000 km, de los que 4.000 se emplearían en atravesar Kazajistán dos veces. Y la preparación mental ya había comenzado.
Día 18 de julio, 6:00 am, tras finalizar el servicio de guardia de noche en las fiestas patronales de La Colonia, comenzó el viaje al que he denominado “Hacia Lo Salvaje”.
En la primera etapa, aproveché para pasar por los pueblos hermanados con Torrelodones (Delligsen en Alemania, Merksplas en Bélgica y Grodzisk en Polonia) y entregarles a los alcaldes un pequeño detalle en nombre de los torrelodonenses así como sendas cartas de parte de nuestra alcaldesa.
Con todos pasé unos grandes momentos. Ya los conocía, pues en mi viaje a NordKapp en 2023, les visité por primera vez y no perdimos el contacto en estos dos años.
Salida de la zona de confort
Tras atravesar 4.000 km por Europa en unos 6 días, entré en el primer país desconocido: Bielorrusia, mi primer contacto con lo que sería “salir de mi zona de confort”.
Su ardua frontera me hizo comprender que, a partir de ahí, las cosas ya no iban a ser tan sencillas como en Europa.
Tardé seis horas en cruzar su frontera, entre papeleos, inspecciones y demás. Todo en un idioma nuevo y desconocido para mí.
Desde ese momento y hasta volver a entrar en Europa, 25 días después, el inglés ya sería murmullo lejano.
En Bielorrusia fui a conocer Minsk, su capital, que me sorprendió bastante y para bien. Las carreteras eran bastante buenas y rápidas. Sus gentes son frías y desconfiadas en primera instancia pero, una vez rota esa primera toma de contacto, siempre he encontrado en ellos ayuda y apoyo para cualquier cosa que he necesitado.
Rusia

Tres días más tarde tocaba una prueba de fuego, cruzar a Rusia. La frontera rusa fue igual que la bielorrusa, ardua y muy estricta. Cruzarla me llevó ocho horas y media, y lo que más me llamó la atención fue el silencio.
Había un ambiente marcial, se hablaba sin voces y los guardias de la frontera exhibían una corrección y disciplina absoluta en sus labores.
Por fin, entré al gigante ruso. El cruce de estas fronteras ha supuesto una experiencia muy enriquecedora porque compartí tiempo y “charlas” con los que allí esperábamos.
En Rusia visité la preciosa y gigantesca Moscú. Una ciudad que me enamoró y de la que disfruté un par de días. Fui a Kazan, donde me bañé en el Volga, el río más largo del continente europeo con casi 3.700 km y que desemboca en el mar Caspio.
Visité Orenburg (ciudad donde está la división entre el continen-te europeo y Asia), y estuve en Briansk, situada a 400 km de Kiev (Ucrania), donde conocí a Dmittri, un motero ruso con el que compartí dos días de rutas por la zona. La vida allí, tan cerca de la frontera con Ucrania, es absolutamente normal; no existe esa tensión que supuestamente nos hacen creer que hay.
No sabes lo enorme que es Rusia hasta que empiezas a viajar por ella. Son kilometrajes eternos con masas forestales inmensas en su zona más occidental y central. Sus carreteras y autopistas son buenas.
Tras varios días descubriendo ese gigante, tocaba cruzar al también enorme Kazajistán… El cruce de su frontera fue sencillo y, en apenas 90 minutos, había pasado. Este país, que crucé dos veces, me supuso un gran esfuerzo, tanto mental como físico, por los 4.000 km de carreteras que pusieron muy a prueba mis habilidades de conducción y concentración.
Allí paseé por Aktobe y Turkistan. Visité Aral en donde hace un tiempo hubo un mar, hoy extinto, del que solo quedan los barcos varados en un secarral.
Pasé por Baikonur, ubicación del cosmódromo ruso y desde donde se puso en órbita al legendario Yuri Gagarin el 12 de abril de 1961, el primer ser humano en un vuelo espacial.
Pero mi decepción fue grande, pues la entrada a turistas está restringida a una autorización previa por parte del gobierno ruso, ya que este lugar está alquilado por Rusia a Kazajistán.
Los nómadas
Tras cruzar Kazajistán, por fin llegué al país de destino: Kirguistán.
Su territorio es en un 80% montaña, con picos de más de 5.000 m, donde el nomadismo es aún una forma de vida y el caballo es un animal muy queri-do. La bebida típica es el Kumis (leche de yegua fermentada con cierta graduación alcohólica).
Disfruté de las impresionantes vistas en esas montañas y, por supuesto, me bañé en el mítico lago Issyk-Kul, el lago más grande de Asia Central, situado a unos 1.800 m de altitud y que nunca se congela a pesar del frío que hace allí en invierno.
Tanto los kazajos como los kirguisos son gentes realmente encantadoras que difieren mucho de sus antiguos compatriotas y ahora vecinos, los rusos. Te ofrecen siempre un té y te brindan ayuda sin esperar o pedir nada a cambio.
El regreso
Una vez llegado hasta las coordenadas 42o26’N-76o10’E, ya solo quedaba regresar a casa, cosa que, tras 19 jornadas de viaje y casi 11.000 km recorridos, el cuerpo y el alma empiezan a demandar.
El regreso sería deshaciendo los pasos que me llevaron allí para, una vez en Europa, visitar la mítica playa de Omaha en Normandía y el Monte Saint-Michel en Francia, lugares míticos en la historia europea.
Queridos lectores, hasta aquí mi pequeño relato de lo que ha supuesto el mayor viaje en moto realizado hasta la fecha.
Quiero agradeceros, de corazón, el tiempo invertido en leer estas líneas. Espero haberos entretenido y, quizá, haberos hecho viajar leyéndolas.
Este relato ha sido escrito por un sencillo torresano que, con sus viajes en estos años, solo ha pretendido dos cosas: la primera, llevar el nombre de Torrelodones y su bandera tan lejos como le ha sido posible sobre su moto, La Perla Negra. Y la segunda, imprimir un cierto halo y aroma de aventura a la revista municipal de septiembre, intentando animar a quien se esté planteando algún viaje similar para que lo haga.
Lo mejor del viaje son las per-sonas con las que coincides, charlas, tomas un café o interactúas de cualquier manera.
Por último, agradecer a mis padres (Isabel y Aquilino) todo su apoyo para llevar a cabo esta serie de viajes por los 42 países que he cruzado en moto.
También a mis hijas (Emma y Daniela) por sus múltiples mensajes de ánimo que, en algunos momentos, fueron de-terminantes para recobrar el ánimo y sacarme una sonrisa.
A mi pareja (Miriam) por su apoyo, por estar y acompañarme en la distancia, por cada mensaje, llamada y foto recibida, siempre fueron un bálsamo después de cada jornada.
A Lidia que, junto con Miriam, eran las encargadas de las gestiones en caso de percance y enlace en caso de rescate.
A Xabi, de XRMotos Torrelodones, por encargarse que La Perla Negra estuviera "afinada" cuál reloj suizo y resolver telefónicamente mis preguntas sobre la moto.
A Paco, Esther y María, por preguntar, escribir y preocuparse por cómo transcurrían mis jornadas.
Y, por encima de todo, agradecer a Dios que me haya guiado y protegido en cada kilómetro de todos estos viajes y haber hecho que regresara al hogar siempre con cientos de experiencias y sin un solo percance.
Jesús Fernández Peinado
Reportaje publicado en el nº 409 de Torrelodones Revista Municipal. Puede descargar el archivo pdf de la revista aquí





